jueves, 6 de abril de 2017

Nota del autor: paréntesis

¡Muy buenas a todos!

"Historias con latido" se tomará unas pequeñas vacaciones. Volveremos a vernos próximamente con las nuevas aventuras de "Lana Mandala".

¡Muchas gracias a todos por estar ahí!

¡Saludos!

Lana Mandala (Segunda parte)

La enorme mano apareció de repente muy por encima de la abertura de Foso. Surgió y se interpuso en la luz con la misma contundencia que la de un astro que bloquea los rayos del sol. Con el árbol sujeto entre los dedos, la mano se colocó justo encima del agujero en la tierra, dispuesta a soltarlo en cualquier momento. Lana, agarrada fuertemente a una rama, miró abajo, más allá de la bandada asustada de pájaros que volaba por debajo de ella, y vio que una oscuridad aún más densa que la sombra del gigante se hundía en las profundidades del Foso. Pronto caería junto con el árbol, de modo que aprovechó que el gigante estaba parado y ya no balanceaba el árbol con el vaivén de sus pasos para reunir valor para trepar hasta la mano y así evitar la caída. Justo cuando estaba preparada para comenzar a trepar, un repentino mareo le subió por la garganta y por un instante creyó que perdía el conocimiento. El gigante ya había tirado el árbol dentro del Foso.

jueves, 30 de marzo de 2017

Lana Mandala (Primera parte)

El gigante se reclinó sobre Lana. Ella no pudo evitar retroceder unos pasos al creer que iba a ser aplastada. Instintivamente, alzó la mano hacia el mástil de la guitarra que llevaba a la espalda, como si se tratara de un arma capaz de hacer mella en semejante criatura imponente. Pero el gigante se movía despacio y con delicadeza mientras flexionaba su cuerpo para acercar su rostro al suelo de la planicie, en lo alto de la meseta. Estaba convencida de que de poco le iban a servir las tres piezas de armadura oxidada que llevaba puestas si aquel ser colosal simplemente decidía aplastarla de un manotazo. La mujer sintió que todo su interior se sobrecogía y la fuerte impresión la desbordó con lágrimas incontenibles en los ojos. Aquel ser colosal ocupaba todo su campo visual, y daba la impresión de que todo un mundo se arrodillaba delante de ella y agachaba su rostro para contemplarla desde lo alto con unos ojos del tamaño de enormes lunas llenas.

jueves, 23 de marzo de 2017

El peso del mundo

Cuénteme, Señor Chang, ¿Cómo se siente hoy?

jueves, 16 de marzo de 2017

De paso

En aquel saloon perdido en el oeste, se encontraba sentado, justo en la esquina a la que no se atrevía a llegar la luz de las lámparas de aceite, el forajido que golpeaba su vaso contra la mesa. Pum. Pum. Pum. Pum. Lo hacía una y otra vez sin detenerse ni un momento, desde que se ponía el sol hasta que volvía a salir. El golpeteo era constante e incansable, como las campanadas que nunca acaban de una iglesia desquiciada. Aquel extraño individuo había aparecido de la noche a la mañana en el establecimiento, y ya llevaba tres años frecuentando aquel decrépito lugar. A pesar de lo tremendamente molesto de los golpes continuos, nadie se había atrevido a llamarle la atención... Al menos después de lo que le había hecho al sheriff, quien había quedado reducido a una mancha en la pared. Desde entonces, la mera visión de la ropa de aquel extraño, siempre cubierta de barro y sangre seca, disuadían a cualquiera de cualquier acercamiento.

jueves, 9 de marzo de 2017

Claudio (Segunda parte de dos)

Hola, Claudio ―saludó el doctor Nibben, arrastrando una silla y colocándola delante del ordenador portátil.

Hola, doctor ―respondió la máquina.

jueves, 2 de marzo de 2017

Claudio (Primera parte de dos)

Eran las tres de la mañana cuando el doctor Nibben entró en la antesala de la cámara del superordenador y se colocó las gafas sobre sus ojos adormecidos. Se quedó plantado en la entrada de la puerta y alzó las palmas de las manos a la espera de una explicación a por qué le habían hecho volver al Centro de Investigación Climatológica a semejante hora. Delante, tenía a Christopher McKay, jefe del departamento informático, al joven becario Benny Higgins y al vigilante nocturno Frank Linares. Todos ellos situados en torno a una mesa que habían colocado en medio de la sala, sobre la que reposaba un portátil que mostraba el escritorio del sistema operativo en pantalla. Los presentes se quedaron en silencio mirando al doctor Nibben, cuya paciencia ya estaba a punto de agotarse para dar paso al más feroz de los enfados. Pero nadie fue capaz de pronunciar palabra alguna, a pesar de la bronca que se les avecinaba.