jueves, 26 de marzo de 2015

Boda de ladrones (Cuarta parte de cinco)

¿Por qué haces esto?”, oyó decir Hanzo. Este frunció el ceño y dejó de apartar la tierra sobre la tapa del ataúd de madera sobre el que estaba de rodillas. Alzó la mirada hacia lo alto y vio a Kayra de pie al borde de la zanja que él acababa de cavar en la húmeda tierra del cementerio. La joven lo miraba en silencio, con la pala del enterrador apoyada sobre el hombro derecho.

jueves, 19 de marzo de 2015

Boda de ladrones (Tercera parte de cinco)

La pareja de ladrones se deslizó sigilosamente por la cuerda hasta que las suelas acolchadas se encontraron con las húmedas briznas de hierba ocultas bajo la bruma del siniestro lugar. Kayra desenganchó la cuerda de lo alto del muro y cogió el gancho al vuelo en su caída. La chica se movía rápido y en silencio, con su esbelto cuerpo bajo la tela negra que la ocultaba en las sombras como si se tratara de una proyección fuera de todo tiempo y espacio. Hanzo se arrodilló tras la primera piedra que encontró, sintió la piedra fría humedeciéndole las puntas de los dedos que sobresalían de sus mitones. El tacto le erizó la piel, y poco tardó en bajar la mirada y toparse con el nombre inscrito en la superficie. Se había escondido tras una tumba, y, más allá, era lo único que podía ver: un ejército de lápidas torcidas sobresaliendo de un mar de niebla baja. Hanzo apretó los dientes y frunció el ceño. Todavía no terminaba de entender cómo Kayra lo había convencido de hacer algo que en realidad no deseaba.

jueves, 12 de marzo de 2015

Boda de ladrones (Segunda parte de cinco)

Hanzo no supo cómo reaccionar. ¿Kayra lo estaba diciendo en serio? ¿De verdad quería casarse con él?

jueves, 5 de marzo de 2015

Boda de ladrones (Primera parte de cinco)

La noche era plateada y serena. La luna llena iluminaba con tal intensidad que parecía querer rivalizar con la luz de su hermano sol. Allá arriba, desde su reino estrellado de las alturas, el satélite nocturno había sido testigo ruborizado del éxtasis amoroso de aquella pareja, oculta a plena vista en una azotea cualquiera de la aldea; entre tejados de tejas y gatos furtivos, pero lejos de los ojos indiscretos del pueblo durmiente. Ambos amantes estaban acostados bajo la manta y, a un lado de ellos y apoyados en el muro, estaban sus pertrechos: ropas oscuras con capucha, guantes, cuerdas, ballestas, ganchos... Nada de aquello había hecho falta para librar la dulce batalla que acababan de terminar. Yacían boca arriba, mientras él deslizaba sus dedos bailarines sobre la erizada piel del hombro de ella. Con la mirada perdida en la multitud de estrellas, los dos guardaron silencio, disfrutando de la quietud de la noche, y del poderoso latir de ambos corazones, extenuados tras haberse regalado con pasión caricias, besos, y algunos placenteros arañazos.