jueves, 28 de abril de 2016

Llanto octavo: Hermanas

Penélope se lavaba las manos sin levantar la vista de la cerámica. Nunca le había gustado ver su reflejo en el espejo, a pesar de que, en aquella ocasión, estrenaba el vestido que se había comprado exclusivamente para salir de fiesta con sus nuevas hermanas aquella noche. Tras la ceremonia del día anterior, ellas cinco eran como auténticas hermanas, y ese era un motivo más que suficiente para salir a celebrarlo. Penélope frotaba concienzudamente las manos entre sí para enjuagarse el jabón, y apretó los labios. A pesar del intenso estímulo inicial, la noche no estaba resultando ir como ella había imaginado. Mismo centro comercial, misma terraza, misma música y mismos babosos que no dejaban de entrarle para ligar con ella, y, a medida que avanzaba la noche, los halagos que le lanzaban olían cada vez más a alcohol. Al menos, en aquel instante en el servicio de chicas, Penélope disfrutaba de algo soledad, y se recreó en el tracto húmedo y fresco del agua que limpiaba sus manos. Se fijó durante un instante en el reciente tatuaje de la palma de su mano izquierda. La estrella azul encerrada en un círculo del mismo color le recordaría, a partir de ahora y en cada momento, que existía un vínculo inquebrantable con sus hermanas, y este estaba destinado a prolongarse durante todas sus vidas. Esa idea la reconfortó. Ya nunca volvería a estar sola como antes. Sin casi percatarse de ello, una sonrisa muy leve se esbozó en su rostro y la luz parpadeó varias veces con un zumbido eléctrico que fue y vino, hasta que al final el lugar quedó completamente a oscuras.

jueves, 21 de abril de 2016

Llanto séptimo: Lorenzo deKai

Martes por la mañana, y David tomaba su desayuno de pie al lado de la encimera. Bebía sorbos de su café mientras de fondo sonaba el informativo del canal de noticias veinticuatro horas. El presentador informaba de lo de siempre, y David hacía también lo de siempre: dejar que su mente se dispersara sin control por toda la cocina con la vista perdida y el vago recuerdo mental del sueño, cruelmente interrumpido, de la noche anterior. El timbre de la puerta sonó de pronto, de modo que dejó la taza sobre la encimera y se acercó a abrir. “Buenos días”, le dijo el sonriente cartero cuando David abrió. “¿Es usted Lorenzo deKai?”.

jueves, 14 de abril de 2016

Llanto sexto: Sirena

Desde su barca, “La Gran Jane”, el Gran Joe lanzó la línea de la caña lo más lejos posible y dejó caer el cebo en el agua del lago. Luego, encajó la caña en el soporte y se sentó plácidamente en la silla mientras abría una lata de cerveza. Ahora solo tendría que esperar a que picasen. Aunque el panorama a su alrededor sobrecogía a causa de la belleza natural realzada por los intensos colores de un atardecer de otoño, el Gran Joe ya tenía aquel sitio más que visto. Dejó la cerveza a un lado y se puso las gafas de cerca, que llevaba colgadas al cuello, con el propósito de descifrar cómo se manejaba aquella tableta que le había regalado su ahijado. Según este, con aquel aparato tan delgado y fino como una lámina de cartón, el Gran Joe podría hacer de todo, incluso escuchar la radio, que era lo que le pedía su robusto cuerpo en aquel momento. Entornó los ojos cuando deslizó el índice sobre la pulida superficie para desbloquear la pantalla. Asintió satisfecho cuando se desplegó toda una serie de iconos coloridos, y llenaron la pantalla de detalles y de animaciones vistosas. Hora, fecha, temperatura, brújula... Su dedo sobrevoló la pantalla en busca de la palabra “radio”, pero no la encontraba por mucho que recorriese una y otra vez la interminable serie de iconos que aparecían pantalla tras pantalla. De pronto, encontró la aplicación que buscaba y pulsó sobre ella. “Error de conexión”, fue el mensaje que pudo leer justo a continuación. El Gran Joe dibujó una mueca de decepción en su cara y, de reojo, miró a su fiel radio portátil aguardándole justo al lado de la nevera portátil, en la que había traído las cervezas. Sin dudarlo ni un segundo más, encendió su radio, tomó un nuevo sorbo de la cerveza y colocó la lata sobre la pantalla de la tableta, que se apagó para volver al estado de reposo. “Sí que sirve para todo el chisme ese”, concluyó el Gran Joe al usar el aparato como posavasos. Tomó aire, fresco y limpio, y dejó que su vista vagara, primero, por la arboleda que bordeaba el lago y, luego, se zambulló en sus pensamientos al suave compás de las notas de la música clásica de la emisora sintonizada. El cebo seguía intacto en el agua, y el Gran Joe se quedó dormido sin darse cuenta.

jueves, 7 de abril de 2016

Llanto quinto: Novia

Como era habitual, el viejo Micah caminaba solo pendiente abajo por la acera. Poco le importaba la hora de la madrugada que fuese. Sabía que era de noche, y que ya era tarde, por lo tanto, había llegado el momento de regresar a su rincón favorito de la ciudad para pasar la noche. Se trataba de un recoveco pequeño, pero acogedor, en el callejón de la parte trasera de la pizzería Giulio´s. Un remanso de silencio y tranquilidad, sin humedades, ni contenedores, ni ojos curiosos ni, sobre todo, gamberros aficionados a apalear a vagabundos. Micah iba por la acera, despacio y sin movimientos bruscos, mientras sujetaba el manillar de su desvencijado carrito de la compra, que traqueteaba sobre los adoquines y las grietas malintencionadas que no dejaban de intentar volcarlo. El esquelético vehículo tenía la rueda trasera derecha atascada y algunas de las finas varillas de metal de su chasis estaban abolladas, señal inequívoca de la dura vida que había llevado aquel pobre carrito desde que un día se vio abandonado en un aparcamiento. Sin embargo, ahora, en manos de Micah, el carrito había encontrado una nueva vida. Quizás más dura y desagradecida que la anterior, pero una vida, al fin y al cabo, en la que volvía a ser útil para alguien. En su nueva vida, ya no portaba productos de supermercado en su interior, sino cartones desgastados y mantas roídas y sucias, que era todo y cuanto Micah poseía. Micah y su carrito eran inseparables.