jueves, 16 de febrero de 2017

La peor pesadilla

El calor del fuego y su cálida luz reunían a los cuatro amigos sentados a su alrededor. Arropada bajo una manta con Fabio, Mireia miraba con ojos adormecidos cómo las llamas de la pequeña fogata subían y bajaban. Él tomó un sorbo de su chocolate caliente y miró al frente, donde estaba sentado su amigo Dennis, abrigado hasta las cejas y abrazado a sus propias rodillas. Dennis solamente se movía levemente de vez en cuando para mirar de reojo a Daniela, sentada sobre un tronco caído a su lado, en silencio y como ausente. Fabio mantuvo la mirada firme hacia su amigo hasta que este no tuvo más remedio que devolvérsela. Con un gesto de cabeza, Fabio le señaló disimuladamente hacia Daniela. Lo estaba invitando a acercarse a ella para que no pasaran tanto frío, pero Dennis negó con disimulo, cohibido por su timidez. De buenas a primeras, la voz cansada y aburrida de Mireia se escuchó por encima del crepitar del fuego.

Esto es un puto aburrimiento ―se quejó, acomodándose en los brazos de su novio Fabio―. Estamos en mitad del bosque, se nos está helando el culo aquí fuera, y no tenemos nada que hacer. Tu idea de ir de acampada está siendo todo un éxito, Fabio.

Este bajó la mirada y se apartó un poco de ella para poder verla bien.

Esto es un plan distinto. Diferente. Siempre hacemos lo mismo y cuando lo propuse nadie puso ninguna pega.

Porque no sabíamos que íbamos a aburrirnos como ostras. Mira a Dennis y a Daniela. A los pobres les va a dar una pulmonía ahí sentados. Y este fuego que has hecho es muy pequeño para el frío que está haciendo.

¿Algo más que haya hecho mal y que quieras compartir con el grupo? ―repuso Fabio con sorna.

Pues sí. Deberías ir y traer más madera para que el fuego crezca y no sé... a lo mejor, si haces eso, no nos morimos de frío.

Dennis contemplaba desde el otro lado cómo aquella pareja era capaz de abrazarse y discutir al mismo tiempo. Se atrevió a mirar a un lado y compartir una sonrisa de complicidad con Daniela, pero esta ni siquiera se dio por aludida, absorta en la danza de las llamas.

¿Estás loca? ―protestó Fabio―. ¿De verdad quieres que vaya a por leña en mitad de la noche? ¿En este bosque? ¿Es que acaso no has visto ninguna peli de miedo en tu vida? Si salgo por ahí a por leña, me toparé seguro con un asesino en serie que me partirá en dos con un machete. Y te quedarás luego sin novio y sin leña ―tomó un sorbo de su chocolate―. No, no pienso arriesgarme.

Muy gracioso... Pues entonces vayámonos a las tiendas de campaña a dormir. No hay otra cosa que podamos hacer aquí fuera.

¿Y si contamos historias de miedo? ―propuso Fabio, con la mirada encendida por la que creía que era la idea perfecta para salvar el naufragio en el que se había convertido su plan de ir de acampada.

Paso ―contestó en seco Mireia, quien ya se había puesto de pie llevándose consigo la manta sobre los hombros para dirigirse a su tienda de campaña―. Me voy a mi saco de dormir. SOLA ―puntualizó con contundencia.

Es verdad. Se me olvidaba que a ti nada te da miedo... ―trató de provocarla Fabio, apuntando directamente con sus palabras al ego de ella.

A mí me da miedo el mar ―dijo de pronto Dennis, quien se había atrevido a hablar para llamar la atención de Daniela y, de paso, echar una mano a su amigo Fabio en su empeño de hacer que la noche fuera memorable.

¿El mar? ―preguntó Fabio con asombro―. Pero si solo es agua.

Detrás de Fabio, Mireia se había detenido en la entrada de su tienda. Agachada delante del cierre de cremallera, escuchaba atenta la confesión de Dennis. Sin embargo, Daniela fue la única que parecía inmune a la curiosidad por saber más sobre Dennis. La muchacha se mantuvo tan distraída como antes, de modo que Dennis profundizó en sus miedos para ver si conseguía sacarla de su ensoñación.

No es solo agua ―lo corrigió Dennis―. Imagínate estar metido en el océano, en alta mar, en una noche oscura sin luna, y todo está absolutamente negro a tu alrededor. Estás mojado y el agua está fría. Y no ves absolutamente nada, ni siquiera puedes ver el chapoteo de tus manos en el agua mientras luchas todo el rato para no ahogarte. Y no solo eso, imagina que de repente algo te roza los pies descalzos bajo el agua negra y fría. Imagina que sientes un mordisco, y a tu alrededor no hay nada que pueda salvarte. Solo agua, oscuridad y un monstruo debajo de tus pies dispuesto a comerte trozo a trozo... Esa sería mi peor pesadilla.

Mireia y Fabio se quedaron pasmados mirando a Dennis. Este se sintió cohibido de nuevo y recogió una ramita a sus pies para empezar a golpear con la punta la tierra del suelo. Así tendría una excusa para bajar la mirada un rato y no afrontar las miradas de sus amigos.

Pues a mí esa pesadilla tuya me parece horrible ―comentó Mireia. Fabio se sorprendió de que interviniera en la conversación―. Pero creo que es mucho peor que te devore una araña gigante.

¡Qué dices! ―replicó Fabio―. No hay arañas que puedan comerse a una persona entera.

¿No querías que te dijera cuál es mi mayor miedo?

Lo que dije fue que contáramos historias de miedo.

Pues las arañas me dan miedo. Ahí lo tienes. Ser devorada por una araña gigante es lo peor que le puede pasar a cualquiera. Punto.

Pfff. No existen arañas tan grandes.

¿Eres el juez de esta conversación o qué? Pues hala, si no te gusta, entonces digo ser devorada por un montón de arañas pequeñas. ¿Contento? ¡Buenas noches!

Y Mireia desapareció en el interior de su tienda de campaña.

Lo peor no es eso ―contradijo Fabio a Mireia, con un volumen de voz lo suficientemente bajo como para que ella no lo escuchara desde su tienda―. Lo que más miedo da es quedarte atrapado en un sitio pequeño, como un conducto de ventilación o algo así. Un sitio tan estrecho en el que ni siquiera puedas darte media vuelta. Y quedarte ahí atrapado hasta que las fuerzas te abandonen. Eso sí que da miedo. No arañas gigantes que no existen ni un montón de agua mojada.

Fabio cogió una piedrecita del suelo y se la tiró a Dennis. Este sonrió a su amigo, que volvía a insistir con un gesto en que le dijera algo a la distraída Daniela.

¿Y a ti, Daniela? ―se atrevió Dennis por fin a preguntarle directamente―. ¿Qué te da miedo?

La joven entonces alzó la vista con ojos completamente en blanco y respondió con una voz que parecía provenir de todas partes.

Que no me encontréis a tiempo ―fue lo que dijo, dejando a Dennis y a Fabio con la sangre helada.

Los dos chicos parpadearon y, al siguiente instante, Daniela había desaparecido.

Dennis, ¿qué coño...? ¿Has... escuchado... has visto eso?

Pero Dennis se había quedado paralizado, mientras su cabeza trataba de buscar sentido a lo que acababa de ocurrir. “¿Dónde está Daniela?”, fue la pregunta que apareció súbitamente dentro de su cabeza. Inmediatamente, se levantó y fue como una flecha hacia la tienda de campaña de Daniela. Fabio tiró su bebida y fue tras él.

Cuando abrieron la cremallera de la tienda de Daniela, la encontraron inconsciente en el suelo.

¿Qué le ha pasado? ¡¿Qué hacemos!? ―chilló nervioso Fabio.

¡No lo sé!

¿Deberíamos moverla?

¡No lo sé...! ¡Pide ayuda! Llama a una ambulancia. ¡Ya! ―gritó Dennis.

A trompicones, Fabio fue a por el móvil en la tienda de campaña de Mireia, quien también había salido a causa del alboroto.

La ambulancia no tardó en llegar. Y pudieron salvar la vida de Daniela. “Diez minutos más tarde y vuestra amiga no lo hubiera contado”, les llegó a decir el médico mientras Daniela se recuperaba en la camilla del hospital tras el lavado de estómago.

Ninguno de ellos nunca fue capaz de explicarse qué había ocurrido exactamente aquella noche en el bosque.

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