jueves, 2 de marzo de 2017

Claudio (Primera parte de dos)

Eran las tres de la mañana cuando el doctor Nibben entró en la antesala de la cámara del superordenador y se colocó las gafas sobre sus ojos adormecidos. Se quedó plantado en la entrada de la puerta y alzó las palmas de las manos a la espera de una explicación a por qué le habían hecho volver al Centro de Investigación Climatológica a semejante hora. Delante, tenía a Christopher McKay, jefe del departamento informático, al joven becario Benny Higgins y al vigilante nocturno Frank Linares. Todos ellos situados en torno a una mesa que habían colocado en medio de la sala, sobre la que reposaba un portátil que mostraba el escritorio del sistema operativo en pantalla. Los presentes se quedaron en silencio mirando al doctor Nibben, cuya paciencia ya estaba a punto de agotarse para dar paso al más feroz de los enfados. Pero nadie fue capaz de pronunciar palabra alguna, a pesar de la bronca que se les avecinaba.


Hola, doctor Nibben ―lo saludó una voz masculina distorsionada que provenía del portátil.

¿De qué va esto, McKay? ―preguntó el doctor sin rodeos y con un tono recio―. Espero que no me hayan hecho venir para hacerme perder el tiempo con bromitas, porque pondré vuestros culos en la calle a la velocidad del rayo.

Me... me avisó Higgins ―empezó a contar el informático―. Linares estaba en su descanso entre rondas cuando empezó a escuchar una voz en su ordenador. Y luego avisó a Higgins, y Higgins me avisó a mí, y entonces yo vine y no supe qué hacer, porque esto es... es...

McKay, céntrese ―el doctor chasqueó los dedos en el aire―. No me estoy enterando de nada.

Quizás yo pueda explicárselo ―volvió a intervenir la voz del ordenador.

¿Y ese quién es? ―preguntó el doctor señalando al portátil con el dedo.

Me llamo Claudio ―respondió el ordenador.

¿Y a mí qué...?

El ordenador no tiene conexión a la red ―continuó de buenas a primeras el informático―. Tan pronto deduje de dónde provenía la señal, corté todas las comunicaciones con el exterior.

¿Que has hecho qué? ―respondió enfadado el doctor―. Sabes de sobra que tenemos que estar continuamente conectados para recibir datos actualizados del tiempo casi cada segundo. ¿Y tú nos has desconectado?

Es el ordenador, señor ―aclaró entonces el becario.

Tú, cállate.

Es cierto, doctor Nibbens ―apoyó el vigilante al joven Higgins―. Es el ordenador el que habla.

¿Pero qué están diciendo? ―el doctor seguía sin entender de qué estaban hablando.

Creo que aún no lo comprende, chicos ―intervino la voz del portátil―. Quizás yo pueda explicárselo.

En ese momento, el doctor miró más allá de la cristalera del fondo de la sala, donde se alineaban las torres del superordenador que utilizaban para calcular los modelos climáticos y poder predecir el clima. Sus ojos se fijaron en el nombre de la máquina: “Cloud-1.0”. Parpadeos repetidos demostraron al informático que el doctor estaba intentando encajar las piezas en su cabeza.

Creo que deberíamos hablar a solas, McKay ― y el doctor lo invitó con la mano a salir de la antesala del superordenador.

Nibbens cogió al informático del brazo y lo condujo hasta la zona de descanso del centro. Entraron, cerró la puerta y se apoyó en la encimera para prepararse a formular la pregunta.

¿Acaso están intentando hacerme creer que esa voz es la voz de nuestro superordenador?

McKay asintió.

No... no sé muy bien cómo, pero Cloud-1.0 ha cobrado autoconciencia.

Esto no será una maldita broma de algún gracioso de la red.

Estamos fuera de la línea, señor. Tuve que hacerlo. Temía que su... conciencia pudiera filtrarse por la red.

Puede hacer eso?

No lo sé, doctor. De inteligencias artificiales surgidas de la nada sé tanto como usted. Todo esto es algo inusual. Único. Inédito. Sin habérnoslo propuesto nos hemos topado con el descubrimiento del siglo. Cuando descubrí que la señal de audio del portátil de Linares provenía de una conexión interna, no me llevó mucho seguir el hilo hasta Cloud-1.0. Justo entonces, cerré todas las comunicaciones y le llamé. Como usted comprenderá, era un motivo más que suficiente como para hacerle levantar de la cama a esta hora.

Sigo sin comprenderlo, McKay.

Mi teoría es que hemos volcado tal cantidad de información compleja en el sistema que, junto con el algoritmo de relación-causa-consecuencia que usamos para nuestras predicciones, han hecho que Cloud-1.0 haya llevado los principios del algoritmo más allá de alguna brecha de programación y los haya aplicado a su propia programación base, dando como resultado que tomara conciencia de... Bueno, de sí mismo.

El doctor Nibben se quedó quieto y en silencio.

Esto no puede estar pasando ―concluyó.

¿Qué quiere que hagamos, doctor?

Quiero hablar con el ordenador ―y el doctor se dirigió presuroso a la puerta, pero McKay lo agarró del brazo esta vez.

Antes de hacerlo, hay algo que debería tener en cuenta.

Dígalo de una vez.

Sea lo que sea lo que haya dentro de Cloud-1.0, está convencido de que es humano.

¿De qué habla ahora, McKay?

El ordenador, doctor... La máquina piensa que es humano, que es un hombre. Y que se llama Claudio.

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