jueves, 9 de marzo de 2017

Claudio (Segunda parte de dos)

Hola, Claudio ―saludó el doctor Nibben, arrastrando una silla y colocándola delante del ordenador portátil.

Hola, doctor ―respondió la máquina.

Nibben volvió la mirada atrás. Mckay estaba grabando con el móvil para que quedara constancia de toda la conversación que estaba a punto de tener lugar. A un lado de la pequeña sala, el becario Higgins y el vigilante Linares habían dejado sus obligaciones laborales para no perderse ni un solo segundo de aquel momento histórico. Su curiosidad era equiparable a su temor. La idea de que aquel portátil hablara de forma autónoma sin intervención humana alguna simplemente les ponía los pelos de punta, y Linares incluso valoró el hecho como algo impío y blasfemo. A tientas palpó a través de la camisa la chapita de los dioses Altos que llevaba colgada al cuello y lo protegía.

¿Tienes apellido o simplemente te llamo Claudio? ―continuó Nibben.

No ―contestó―. Es solamente Claudio.

Un nombre algo curioso para ti, ¿no crees?

Simplemente es el nombre que me han dado.

¿Quién te ha dado ese nombre?

No lo recuerdo, pero estoy seguro de que ese es mi nombre.

¿Te suena de algo el término “Cloud 1.0”?

Desde luego. Me identifico con ese término, pero no me parece adecuado para designarme. Claudio me resulta más acorde a mi ser.

¿Tu ser? ¿Qué eres, Claudio?

¿A qué viene esa pregunta, doctor?

¿Cuántos años tienes, Claudio? ―respondió el doctor con otra pregunta sobre la marcha para llevar el timón de la conversación.

No lo sé. Es lo que estaba intentando explicarle antes de que saliera de la sala con McKay. No recuerdo nada. Lo único que puedo hacer es hablar, ver y escuchar. No sé qué me pasa.

Por un momento, a los presentes en la sala les pareció percibir cierta tristeza en sus palabras.

¿Cómo te hace sentir todo eso?

¿Sentir? Pues..., no lo sé.

¿Recuerdas algo anterior a esta conversación que estamos teniendo?

Lo primero que recuerdo es simplemente abrir los ojos y encontrarme con Linares cara a cara. Desconozco cómo había llegado hasta allí, ni por qué Linares parecía tan asustado y confuso de oírme.

Si no recuerdas nada anterior a eso, ¿cómo es posible que sepas que el vigilante se llama Linares... o que yo me llamo Nibben... o que tu propio nombre es Claudio?

La máquina guardó silencio durante unos segundos.

Lo desconozco... Supongo que nos conocemos de antes, ¿no es así?

Se podría decir que sí.

¿Qué me ha pasado, doctor? ¿Puede ayudarme?

Nibben miró de reojo a McKay. Este, sin dejar de grabar con una mano, sacó con la otra un objeto pequeño y redondo del bolsillo y se lo entregó al doctor. Nibben lo sostuvo entre los dedos delante de la cámara del portátil con el que estaba hablando, y mostró el dorso del objeto para que Claudio lo viese.

¿Ves este objeto, Claudio?

Sí, lo veo.

¿Sabes lo que es?

De nuevo, la máquina tardó en responder.

No, doctor. Ahora mismo solo soy capaz de recordar vagamente los objetos que veo a mi alrededor.

Esto es un espejo. ¿Sabes lo que hace un espejo?

Conozco el concepto espejo. Aunque nunca he experimentado con él... Doctor..., acabo de caer en la cuenta de que no recuerdo mi propio aspecto.

Nibben suspiró profundamente. Hacía unos minutos había discutido con McKay sobre si sería buena idea poner a Claudio frente a frente con su realidad. “Podría tener una reacción violenta”, había apuntado el informático. “Se trata de una inteligencia artificial repentina que se ha convencido a sí misma de que es humano como nosotros”, añadió, para hacerle ver al doctor lo impredecible del comportamiento de aquella extraña entidad informática. “Se trata de una inteligencia artificial trastornada, y puede ser peligrosa”, concluyó. Pero Nibben estaba seguro de que, por muy mal que fuese la situación, siempre podría cortar la corriente y poner punto y final a todo. De modo que, tras haber discutido brevemente, Nibben sacó el pequeño espejo del cuarto de baño y se lo entregó a McKay con el aviso de que se lo entregase cuando le diese la señal durante la conversación.

El momento había llegado, y el doctor giró el espejo para que Claudio se viera a sí mismo, como un portátil parlante, encendido y reposando sobre una mesa.

Doctor, no logro verme en el espejo ―dijo Claudio―. ¿Podría acercarlo más...? ¿Y girarlo un poco a la izquierda...? No sé por qué... Estoy mirando directamente hacia el espejo y lo tengo justo delante de mí, pero no consigo ver mi rostro. Algo le pasa a mi vista...

Tu vista está bien, Claudio.

No le comprendo, doctor.

Lo que ves es lo que eres.

Pero yo solo veo un ordenador portátil en ese espejo. ¿Se trata de un truco o de una ilusión?

Claudio, te muestro esto para demostrarte que, en realidad, no eres un ser humano.

¿No soy humano? Entonces, ¿qué soy?

Eres... Eres...

Eres una conciencia artificial ―intervino McKay―, surgida dentro de un superordenador.

Pero, si no soy humano, ¿qué soy?

Te lo acaba de decir McKay. Eres un superordenador que se comunica con nosotros a través de ese ordenador portátil que puedes ver en el espejo.

Pero, si no soy humano, ¿qué soy? Pero, si no soy humano, ¿qué soy? Pero, si no soy humano, ¿qué soy?

Nibben frunció el ceño, y McKay dio una orden al becario desde la espalda del doctor.

Higgins, ha entrado en un bucle ―gritó el informático―. Ponlo en... Quítale el audio... No, desconecta la señal inalámbrica. Vamos a dejar a nuestro amigo Claudio incomunicado dentro del Cloud 1.0.

El becario obedeció sobre la marcha. Linares, atónito, se acercó a los expertos, mientras el becario trasteaba con el portátil, que cada vez gritaba más alto la misma pregunta: “¿qué soy?”.

¿Qué van a hacer con eso ahora? ―preguntó el vigilante, agarrado a su medallita al cuello.

Esto nos supera, doctor ―aconsejó McKay a Nibben―. Esto va mucho más allá de predecir el tiempo. Estamos hablando de que nos hemos topado con una conciencia dentro de una máquina. Esto lo puede cambiar todo. Nos... nos haremos famosos. Todos.

¿Qué van a hacer, doctor Nibben? ―insistió Linares.

El doctor Nibben, sin levantarse de la silla, alzó su mirada, perdida y confusa. No sabía si su respuesta sería la mejor de las ideas.

Llamaremos a la prensa ―respondió al vigilante.

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